enero 01, 2003

Debut de Mr Phuy.
Actualización: 2 a 4 veces por semana. Mi conexión es lennnnnta, casi imposible.

Mi abuelo y tú son casi la misma persona. Pero mi abuelo halló su compañera. Y tú no. Lo que mi abuelo hizo o dejó de hacer te importa mucho, como también lo que voy a decir: el futbolista más cool de la historia es Zico. Hay siete razones que lo justifican y puede que haya más, como igual he descubierto doce marcas de un hijo de puta, cuando se sabe que son nueve:

1 El pelo ralo.
2 La frente buida, una cosa así.
3 Cara pálida.
4 La barba caída, en cascada, lo abundante que se pueda. Si el hijo de puta es lampiño o gusta de afeitarse, habrá que arrimársele más para interpretar la apertura de sus poros y suponer si la tendría en cascada.
5 Manos blandas y babosas. Babean lo que tocan, tocan lo que babean.
6 El mirar huido. El hijo de puta mira en chanfle. Lanza un hilillo cuando mira pero éste se bate con el aire.
7 Vocecilla pitona, de flauta, pídele cantar.
8 El pito suelto, domado. Mismo asunto que en la barba (ver marca 4).
9 El hijo de puta es codicioso. Selene me explica que ambicioso y codicioso es totalmente otra cosa, no que te importe saberlo. Ambicioso es el que quiere. Codicioso es el que no quiere perder lo que ya tiene. Queda claro que en el Top 5 de los más grandes codiciosos debe estar, encima de Fidel Castro, el entrañable Gollum.

Hay otras tres, que suman doce. La décima, por ejemplo, es que si un hijo de puta alza una pierna en escuadra, formando àngulo recto con el culo de vértice, cae. No resiste diez segundos. Es la décima. Tengo dos màs.

Zico es (fue) de lo más cool, con lo antipático y tedioso que generalmente es el fútbol si se lo ve en contexto como entretenimiento y nicho de aficiones, especulación, burladero, regionalismos odiosos y calentamiento de dos lastres que repelo: el confort y la nostalgia. Puedo decir que no me gusta el fútbol pero me gusta terriblemente ver jugar a Zico, que encierra todo el fútbol y da sabor al resto, fútbol rancio y tal. Lo tengo a la vista en el cartel publicitario de la Copa Toyota Intercontinental 1981 que ganó el Flamengo contra el Liverpool.

Lo hallé en la Red, me iluminó la cara y lo grabé inmediatamente. Es uno de los Desktop màs frecuentes en mi computadora, alternado con obsesivos close-up que capturè en las macetas del barandal, cables telefónicos, galletas Ritz, instructivos obsoletos en idioma mandarìn y dos fenomenales cuadros que produjo Paul Klee en su viaje a Tùnez, primavera de 1914, viajecito aquel.

Decía de Zico. En su mejor versiòn era el puppet master en cada partido, jalando y devolviendo a su sitio a compañeros y rivales con un pequeño giro de cintura, o giro de cuello, o giro de tobillos, van y vienen porque el brasileño lo decidió con esa sevática espontaneidad. Nadie màs divino ni más cool. Bochini pero no, Laudrup pero no, Zidane pero no.

Ese Flamengo de 1981, al que nunca vi jugar, es el màs celebrado en la historia del club que, según sabemos, en Brasil no tiene seguidores sino acólitos. Allì tenìan al menudo Junior, que para mejor seña es el Pony Ruiz del Mundo de las Ideas; también a Leandro y al cañonero Tita, que 10 años después emigró para jugar en León, Guanajuato. Sus acólitos dicen que el equipo era imbatible, y a falta de videoteca ni modo, hay que creerlo.

En cambio, el Liverpool de Matt Busy, clásico y groundbreaking para el fútbol inglés, lleva ventaja en la inserción històrica pues mientras el Flamengo sòlo vive en la memoria suburbana de sus seguidores, del Liverpool pululan álbumes y videos compilatorios en los que puede verse correr y dar instrucciones al goleador Ian Rush y a Kenny Dalguish, un deportista esdrújulo. Pero en 1981 ganaron los brasileños, tres goles a cero.

No sé en qué reporte noticioso vi unos segundos a Zico alzando la copa, pasarla a sus compañeros y recibir una gigantesca llave como prenda de la camioneta Toyota que atascarìa mil veces en los lodos de Rìo. El reporte se esfumó y basta, no más Copa Toyota para los niños mexicanos. La palabra Intercontinental quedò sobre la lengua, pronunciada hacia dentro por años, como un rumiante, sin que alguien pudiera explicar por qué diablos se llamaba así, cuándo se disputaba, quièn la disputaba y por què mis Pumas de la UNAM o el todopoderoso América no la jugaban o aspiraban a jugarla.

En los veranos subsecuentes, con suerte y expectativa en la televisión, la Toyota volvía en flashazos igual de breves, ahora en manos de Michel Platini, Ruud Gullit, Toninho Cerezo, Chilavert... Hablo de un trofeo atractivo, de los mejores en cuanto al diseño, digo, en el escueto juego de símbolos del fútbol. Nota 1: El mejor para mí es el disco plateado que se entrega a los campeones de la Bundesliga alemana. Nota 2: El copón de los torneos mexicanos es horroroso y anticuado.

La historia no es más que polvo de héroes y villanos mezclado con excremento de rata, chica frase de Manuel Vincent. Pues eso. El cartel de la Intercontinental 1981 es un concepto mitad selvático mitad manga, hecho de lujos e incoherencias. Caracteres para ser leìdos desde el Lejano Oriente (la fecha y el lugar, el precio de plateas, la mención de los protagonistas), trazos dirigidos de Europa a Sudamérica: èsta ùltima infunde miedo a la primera con la idea de Zico, su cuerpo inclinado majestuosamente sobre el césped, húmedo y denso para no confundir. El brazalete de capitán en su sitio y la mueca sostenida en la conducciòn del balòn, que es limpio y rueda libre.

Como cualquier fotografía tomada en canchas brasileñas, la grada se percibe como un caldo de mantas, citas bíblicas y rostros fuera de foco hipnotizados a los anchos muslos del jugador, inflados de esteroides. Hay un aire de sabelotodo en el balòn. Se lo da Zico.

Alegre debut en Blogger.com y muchas cosas por decir. La undécima marca de un hijo de puta es que ganó bastante, como ganaron mi abuelo y Zico. Y tù no.



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Comentarios:
mr_phuy@mail.com




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